Carta al director del periódico HOY 05/02/2012
Muchas de las pequeñas tiendas de nuestros pueblos y barrios tienen los días de actividad contados, si no han cerrado ya. El comerciante de tejidos que enseñaba las piezas de raso, de pana, de terciopelo, de franela, de seda, de lino… extendiéndolas sobre el mostrador para que la clientela tocase con un leve roce de sus dedos la calidad y textura de las mismas, el dueño del ultramarino que pesaba cuarto y mitad de mortadela y abría latas de bonito para despacharlas con un poco de aceite, están desapareciendo. Conocían a todo el vecindario y fiaban hasta que se recogía la senara. No tenían hora de cierre, ni prisas. A la tienda se iba a comprar y a intercambiar novedades de lo que sucedía en el barrio o en el pueblo. Si le pedían algún artículo nunca decían que no lo tenían: “Está pedido, si no llega esta tarde mañana está aquí sin falta”.
La facilidad de locomoción, el cambio de las costumbres, los impuestos, los súper, los híper, y el resto de grandes superficies, donde se compra en silencio y con carrito, hacen muy difícil su pervivencia.
En los últimos años hemos ido comprobando su irremediable decadencia. En el fondo del local el tendero revisa albaranes y facturas cada anochecido. Cuando oye pasos de gente que camina por la acera mira por lo alto de sus gafas, pero entra poca gente ya. La mayoría pasa de largo.