Ya no hace falta tirar al monte los caudales con vicios de naipes, devaneos y francachelas, ni que un hijo tarambana o una esposa o esposo casquivanos dejen el fondo de la bolsa al alcance de los dedos de la mano. Para dilapidar nuestros dineros bastan los gobiernos, banqueros y un selecto grupo de pícaros encorbatados con refinadas técnicas de carteristas avezados. Inflación por aquí, subidas de impuestos por allá, bajadas de sueldos por detrás, comisiones por acullá y ladrones por doquier. El cóctel de la ruina está completo. Un poco de tiempo y un meneo a lo Chicote para que los incautos ciudadanos bebamos a la fuerza la ambrosía de los desaguisados. Nos quedan a la intemperie con los muebles en la calle y el culo al aire serrano.