El beso.

El lubricán resaltaba

la silueta de la sierra

y en la orilla del arroyo

buscaba asiento la escarcha

aquella tarde de enero.

Eran diamantes de fuego

los ojos de aquel chaval

y de  encarnado pomelo

la dulce cara azorada

de la nerviosa zagala.

Le prometió amor eterno

con un  delicado beso,

brasa de pasión envuelta

en labios de terciopelo.

Quedó azul turquesa el cielo

donde brillaba radiante

todo el esplendor de Venus.

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