A dos luces, esa hora difusa que mezcla claridad y negrura, se produce en el horizonte el cambio de guardia del día y de la noche. El sol retira sus huestes doradas y el lucero anuncia la llegada de las centinelas nocturnas. Ceremonial que no por repetido deja de ser fuente de inspiración para pintores, fotógrafos y poetas. El diccionario en su tercera acepción define al ocaso como decadencia, declinación, acabamiento. Sensaciones que me provocan siempre los crepúsculos de los domingos. Tristeza por la vuelta al colegio, por el fin del día festivo para adentrarse en la rutina.
Hay un niño recostado en una esquina, que observa y calla. Sobre la parte más elevada de la acera que une dos calles pone el vendedor de chucherías su banasta con caramelos de menta, pipas a granel, chicles, avellanas, extracto de regaliz y globos de colores. En un rincón, donde la mimbre hace recodo, está el tabaco, sin boquilla y emboquillado. Ideales blancos y amarillos, el conocido como caldo de gallina, bisonte, tres carabelas, celtas cortos, peninsulares… El paquete del picado lo meten los fumadores en petacas que acomodan en la faja negra alrededor de sus cinturas para proteger los goznes donde el dolor hace mella con la hoz, el pico y la azada. Hay mecheros de mecha y de martillo, libritos de Indio Rosa y de Jean para el rito de fumar que otorga- ¡oh, ignorancia! – mayoría de edad a los varones.
Hay corrillos de hombres que charlan y fuman y mujeres que van a los rezos de la iglesia. A la puerta de la ermita del patrón suben después a orarle al Cristo que se ve a través de un agujero horadado en la puerta. La fe consuela adversidades y justifica lo injustificable. Siempre fue lo que Dios quiso, aunque a veces no comprendemos lo que quiere.
También se ven mujeres con lecheras que se dirigen a la casa del vecino que vende la leche recién ordeñada en los establos, que están en los corrales de las casas.
El electricista pasa con un guizque encendiendo las luces de las calles. Hoy hay sesión de cine infantil. Películas mudas de movimientos rápidos, carreras y porrazos que provocan risas y carcajadas. Da igual que sean de Charlot, de Jaimito o del Gordo y el Flaco.
Frente a la puerta de entrada se pone el hombre de los helados que viene de Valverde de Llerena con una burra con serón de esparto. En cada lado una vasija: cilindros de acero rodeados de hielo con sal y paja en unas fundas de corcho. Sobre una mesita pone el carburo para alumbrar. Con la paleta plana coloca el helado sobre el cucurucho.
En el saliente del zócalo de una pared se juegan los mozos los cuartos. A pares y nones. Lanzan las monedas y si quedan pares gana el tirador, si no, el que apuesta con él. Todavía se cuenta el dinero por perras gordas, perras chicas, reales y pesetas.
El niño saca una mano del bolsillo con unas monedas, las mira, las cuenta y las guarda. El vendedor le pregunta: ¿Cuánto te falta? Y él se las entrega todas. Con la lengua moldeando el helado regresa a su casa por la calleja donde están las fraguas con trillos y arados en sus puertas.
2 respuestas a «Domingos por la tarde»
¡Qué suerte de que escribas tan bien tenemos los que podemos leerte!
un cordial saludo y sigue describiendo porque asi podemos ver los demás
¡Qué suerte de que escribas tan bien tenemos los que podemos leerte!
un cordial saludo y sigue describiendo porque asi podemos ver los demás
Muchas gracias, M. Pura por tu comentario. Gracias a vosotros por leerme.