Mañana sonarán en la frontera que separa un día de otro las doce campanadas en los relojes de torres y espadañas. Si las de las restantes noches del año posan sus ecos de bronce como pavesas sobre los tejados de las casas, las del treinta y uno de diciembre salen como palomas asustadas por fuegos de artificio, petardos y descorches de botellas de cava. Huyen en fila india, rasgando las cortinas de la madrugada con la etiqueta del año en los costillares de sus días. Se van para siempre por la senda del tiempo y el espacio entre galaxias y agujeros negros para formar parte de la historia en los anaqueles del pasado.
No todas las campanadas suenan igual. Nosotros las hacemos diferentes con nuestros sentimientos y estados de ánimo.
Las que tañen la noche de san Silvestre nos cogían, cuando éramos niños, entre las cuatro esquinitas de la cama, con el ‘Bendito’ rezado y la muda nueva puesta. En la juventud eran toque de salida para el comienzo de la fiesta, para beberse la madrugada a tragos entre confetis y matasuegras y de paso intentar abarcar el diámetro del deseo en las cinturas que en aquellos tiempos tenían custodiadas sus lindes por los codos en el pecho. Ahora, en el lago tranquilo de la madurez, suenan lejanas en la cóncava bóveda de los silencios y sus ecos dejan una estela de retreta entre los mantos de la madrugada, cuando se nos empieza a abrir la boca, deseosos de coger la cama.
Es tiempo de hacer balances personales y sociales. Siguen los disparos y las muertes en guerras casi olvidadas. Esas que fueron noticia durante unos días y de las que luego la prensa desvió el foco, urgida por la inmediatez de otras noticias.
Siguen los talibanes de ideologías medievales esclavizando a las mujeres. Mueren jóvenes por no llevar bien puesto el velo y ahorcan a quienes se atreven a manifestar su oposición a regímenes sanguinarios. Dictadorzuelos con las pecheras cargadas de medallas desfilan ufanos sobre las cabezas y los derechos de sus sometidos…
Permanece la herida de una madrugada de febrero. Por los cielos del mundo volvimos a escuchar el tango de Gardel: “…al grito de guerra los hombres se matan…” Otra vez una parte de la especie humana volvió a perder los atributos de personas y a aflorar los instintos salvajes de las bestias para manchar de sangre las tierras del mundo, sangre de inocentes que obedecen a la fuerza a paranoicos, so pena de ser encarcelados por los patriotas que no van a los campos de batalla. El final ya se sabe, los poderosos a salvo …y la viejecita de canas muy blancas se quedará muy sola con cinco medallas que por cinco héroes les premió la patria.
Feliz salida de año y que la paz y la salud reinen en el que ya está a las puertas.