Hay personas que sin darse cuenta atosigan a su interlocutor. He observado en un bar a dos individuos que se colocaron al llegar en un extremo de la barra y cuando decidieron irse estaban en la mitad de la misma.
El motivo fue que uno de ellos, sin ser consciente quizás, se aproximaba excesivamente al otro cuando le hablaba. El pobre hombre, que aguantaba el chaparrón como podía, irguió primero el tronco y echó un poco la cabeza hacia atrás, pero como el parlante caballero no cejaba en su empeño de invadir un terreno que no le correspondía y siendo consciente el paciente acompañante que la ofensiva estaba convirtiendo a su cuerpo en una especie de torre de Pisa con equilibrio inestable, de cuando en cuando, daba un pequeño paso hacia atrás para restablecer la compostura y poder tener campo para el desahogo. No lo consiguió y por si fuera poco hasta cuando iban de camino para la puerta de la calle no dejó de recibir constantes golpecitos en el brazo reclamando la atención del compañero.
Otro caso, este referido por tercera persona, fue el de dos amigos de los cuales uno charlaba por los codos y el otro educadamente escuchaba y de vez en cuando asentía con la cabeza. Tuvo necesidad de ir al servicio este último, pero el impenitente hablador, tan entusiasmado estaba con lo que le estaba contando que lo siguió hasta la puerta del urinario sin dejar de hablarle. Por no tener suficiente confianza con él o porque era un personaje de alcurnia y reconocido abolengo, no se atrevió a cerrar la puerta por no parecer maleducado y así transcurrió su meada, con el canto del perdigón al lado, la puerta entreabierta y él asintiendo desde dentro.
Vienen estas dos anécdotas a cuento de la distancia de seguridad que los expertos recomiendan guardar para prevenir contagios. Una zona que hay que dejarle a los posibles coronavirus para que sin asideros se precipiten al vacío. Pero existen otros límites intangibles que separan predios colindantes y que nos pertenecen. Los expertos los agrupan con la denominación de ‘distancia interpersonal’ o ‘espacio personal’. Fueron Edward T. Hall y Robert Sommer los pioneros en la investigación de esta disciplina. El primero denominó proxemia al estudio científico del espacio como un medio de comunicación interpersonal y Sommer definió a este espacio como un área con límites invisibles que rodea a la persona.
El desarrollo de la psicología ha ido delimitando y concretando los distintos tipos de distancias, que van desde la íntima a la pública, pasando por la personal y social. Sobrepasar esas lindes produce incomodidad en quienes sufren la invasión.
El lenguaje corporal, tan revelador, habla por nosotros. ¿Quién no se ha sentido molesto viajando en metro o en autobús repleto? ¿Qué tiene de especial el techo de los ascensores que cuando vamos en ellos en compañía todos lo miramos? Pues eso.