Perdimos la inocencia de la infancia.
La delicada flor, frágil y bella
pereció deshojada a la intemperie
ajada por penosas inclemencias.
El rincón de mullidos edredones,
hollado y roto por extrañas huellas,
quedó al albur de crudos temporales.
Marchita y mancillada su pureza,
fluye roja la sangre a borbotones
por las tiernas heridas descarnadas,
abiertas por los bordes de puñales
que afilan el rencor y la vileza.