A mi pueblo le correspondió ir en el año 1973 a una de las demostraciones sindicales que se celebraban cada año en Madrid el primero de mayo en el estadio Santiago Bernabéu. Estos actos los preparaba la Organización Sindical a través de Educación y Descanso. Como últimos ramales organizativos estaban las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos, que se encargaban de confeccionar la lista de los asistentes y contratar los medios de transporte.
La noche del treinta de abril, con gran animación entre los que los que iban, los familiares que se acercaron a despedirlos y curiosos en general, partió de la plaza el autobús lleno de gente para pasar el día siguiente en la capital de España y asistir por la noche al evento. El costo del viaje fue abonado por los organismos organizadores.
En estas manifestaciones grupos de trabajadores de las distintas ramas realizaban ejercicios gimnásticos y folklóricos y de paso homenajeaban al caudillo o viceversa.
La celebración de ese año quedó empañada y marcada como referencia en la memoria de todos los que asistieron debido al atentado en una calle cercana al estadio de Chamartín que costó la vida al funcionario del Cuerpo Nacional de Policía Juan Antonio Fernández Gutiérrez.
En España durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera no hubo celebraciones sindicales los primeros de mayo. El régimen del Movimiento Nacional con el general Franco a la cabeza las prohibió ya que las consideraban origen y causa de movimientos subversivos por sus nexos marxistas y republicanos, pero estableció el dieciocho de julio, fecha del alzamiento, como fiesta de exaltación del trabajo con agrupación de patronos y obreros en los denominados sindicatos verticales a los que debían estar afiliados por ley obreros y empresarios con la denominación común de productores.
Pío XII en 1955 cristianizó esta festividad poniéndole orla y peana bajo el patronazgo de san José Artesano. Así que Franco, contando ya con esta advocación y bendición apostólica la incorporó al año siguiente al calendario, pero atando corto y no permitiendo otras manifestaciones que las oficiales. Los sindicatos de clase estaban prohibidos y sus actividades clandestinas perseguidas. Se celebraron misas ese año por todo el país en honor del que por decisión papal pasó a ser patrón de los obreros.
De los primeros de mayo recuerdo lo entretenida que estaba la televisión, que era única. Para quienes les gustaban los toros allí estaban los diestros más punteros toreando; los que disfrutaban con el fútbol podían contemplar las mejores jugadas y los goles más antológicos de todos los tiempos y si era el cine su afición, las películas de más cartel. Todo ello con la intención de tener a la gente entretenida en sus hogares o bares. Ya decía Pascal que todas las desgracias del hombre derivaban de no saber estar en casa.
Un paisano mío tenía por costumbre en algunas de sus cogorzas exclamar a voz en grito: “¡Viva la revolución!” Callaba durante un tiempo ante la sorpresa de quienes no lo conocían y regocijo de quienes lo trataban. En una ocasión estaba la guardia civil presente y hubo de reducir el tiempo de suspense al ver que esta se acercaba para interesarse por la intención de tal proclama. “¡Nacional sindicalista!”, prosiguió de inmediato.