A los presuntos cuando les llegue la hora y a los corruptos convictos y confesos ya, hay que cargarles en su debe, aparte de las penas que les correspondan por sus delitos, la felonía de haber llevado a la democracia al desprestigio.
Ya dijo W.Churchill que era el menos malo de los sistemas conocidos y aunque siempre hay quienes están dispuestos a empeorar su estado sigue siendo preferible a cualquier dictadura.
Los de mi generación vislumbramos, con muchas imperfecciones aún, la luz de los derechos y de las libertades con el fondo de la canción “Libertad sin ira” que tan maravillosamente interpretaba Jarcha. Fue un tiempo de ilusiones que, respetando opiniones que disienten, nos dio, con no pocas dificultades, la posibilidad de elegir a nuestros representantes y de acceder a la gestión de los asuntos públicos.
Los que vivimos cuando sonaba “Habla pueblo habla” guardamos grato recuerdo de aquellos tiempos políticos. Las nuevas generaciones recordarán probablemente los actuales con desdén y desprecio porque rufianes y saqueadores se enriquecen con el ejercicio de la actividad política o medrando a su sombra en lugar de procurar el bien común. Esta herencia es su mayor delito. Afortunadamente no todos los que se dedican a este noble y necesario oficio se sirven de él para enriquecerse ilícitamente. A ellos y a los demás ciudadanos nos corresponde expulsar a los indeseables de las instituciones públicas.