De pesca

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Muy cerca de los grupos escolares de Ahillones confluyen dos arroyos que son pequeños afluentes del río Matachel.  Como entonces no disponía de cerramiento  la zona escolar  nos íbamos allí a la hora del recreo a pescar peces y barrigudos renacuajos. Poco tenían que añadir los maestros a la explicación de la  metamorfosis de las ranas pues  observábamos su evolución en su medio natural desde la puesta de  los huevecillos hasta la aparición de las  patas y la  progresiva pérdida  de la cola.

Recuerdo las boquitas abiertas de los renacuajos,  circulares y doradas   cerca de  la superficie del agua.

Las lampreas eran más  escasas y  más difíciles de ver y  capturar porque  se escondían debajo de la arena y además  en su escurridizo bregar nos clavaban el herrete que tienen cerca de la boca. Registrábamos las covachuelas  donde se refugiaban los peces, labor reservada a los más temerarios pues en ocasiones aparecían  otros animales y no todos teníamos valor para la exploración subacuática.  Algunos disponían de un artilugio consistente en un  mango de madera o de plástico en cuyo extremo llevaba un aro con una red, una especie de caza mariposas, que aquí llamamos “rebueye” y el diccionario recoge como salabre.

Los peces los guardábamos en botes de cristal con agua  hasta que,  terminada la escuela, los echábamos en los pozos de nuestras casas.  

A las charcas cortadas por el estiaje, esteros, presas  y lagunas íbamos  a coger ranas.  Pertrechados  de linterna, tabla  y saco salíamos  de noche a buscarlas.  No era difícil dar con ellas siguiendo la estela  de su estridente croar. Al llegar cerca  se callaban, pero pronto empezaban otra vez su concierto los machos. El instinto sexual es poderoso. Cuando pequeño me parecía que masticaban chicles y hacían globos que les salían  por las orejas en lugar de por la boca.

En los pequeños saltos de agua y torrenteras  colocaba la gente del campo  garlitos confeccionados de forma artesanal con juncos. Los  dejaban puestos y los recogían pasadas unas horas o al día siguiente.  Los peces entraban  en  el artefacto que tenía forma de embudo y allí quedaban  retenidos  sin poder salir.  Las  expresiones coloquiales “caer en el garlito” o “coger en el garlito” se utilizan para expresar caer en la trampa o sorprender a alguien en una acción que se quería hacer ocultamente.

papaagosto75

Terminada  la escuela  nos echábamos tierra en las punteras de los zapatos para que se secaran antes y no nos riñeran en casa. Ciertos  días era tal la mojada  que teníamos que quitarnos los calcetines y tenderlos al sol.

Algunos  domingos y días de fiesta  de primavera y verano íbamos los amigos  de pesca a la Corbacha,  arroyo de más caudal  que discurre por parajes no muy lejanos del pueblo.  Pasábamos  el día en sus riberas  y fiábamos  la pitanza  a nuestra destreza  y al buen uso de las artes. Utilizábamos  el trasmallo que extendíamos   en un extremo del charco. Avanzábamos  desde el otro extremo removiendo el agua  para conducir los peces  hacia la red.

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