En la escuela había un cuaderno en el que cada día hacía los deberes un alumno distinto. Pasaba de mano en mano y lo guardaba el maestro en el cajón de su mesa como oro en paño. Al empezar las tareas cada mañana se lo entregaba al alumno que le tocaba. Este ponía la máxima atención y esmero en la realización de las actividades.
El día que llegaba el inspector de educación lo revisaba para comprobar los trabajos que se habían hecho y que podían diferir de los programados.
Algunas tardes soleadas de otoño y primavera, la luz esplendorosa y la temperatura agradable nos llamaban como a Ulises las sirenas a disfrutar de sus encantos al aire libre. A nuestra petición jubilosa se unía la buena disposición de los maestros que tenían tantas ganas como nosotros de pasar la sesión vespertina fuera de las aulas.
Maestro, ¿qué pongo en el cuaderno rotación? Pon lección ocasional práctica de ciencias naturales. Y nos íbamos arroyo arriba buscando peces y renacuajos, jugábamos en el prado, cogíamos hormigas de alas y las metíamos en botes de cristal cuando salían de los hormigueros con las primeras lluvias otoñales. También flores y plantas en primavera y cantos rodados de distintos colores.
La enseñanza de las matemáticas iba encaminada a mecanizar el uso de las cuatro reglas y el sistema métrico decimal. ¡Cuántos caldeos de cabeza con la memorización de la tabla de multiplicar! El libro básico de trabajo era la enciclopedia. El kilogramo, el litro y el metro, con sus múltiplos y submúltiplos aportaban material suficiente para plantear y resolver infinidad de problemas. En los niveles superiores y en las clases nocturnas de adultos se planteaban y resolvían los de regla de tres, repartimientos proporcionales o regla de compañía, interés simple e interés compuesto. Indeleblemente grabada en la memoria quedó aquella fórmula de ‘carrete partido por cien’ para resolver los de interés, capital, rédito y tiempo.
Llegó mucho más tarde el sistema de fichas a la enseñanza. El alumno tenía que contestar a una serie de preguntas buscando información en libros de consulta. En una puesta en común posterior el maestro aclaraba las posibles dudas. Era un método que buscaba la adaptación a las individualidades educativas de cada alumno.
Posteriormente aparecieron en las aulas los conjuntos y subconjuntos con sus uniones e intersecciones. Ahora están con la enseñanza por proyectos y el desarrollo de competencias, ‘basadas en la integración y activación de conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes y valores’.
En el transcurso de todo este tiempo se han sucedido multitud de leyes educativas, lo que ha generado una selva enmarañada de siglas.
El informe PISA del año 2018 para alumnos de quince años revela que España está estancada en el aprendizaje y aplicación de conocimientos matemáticos.
Diversas causas habrá y profesionales debe de tener la enseñanza para detectarlas y corregirlas. Quizás tantos cambios de leyes, la falta de un pacto nacional sobre educación… A lo mejor no estaban tan errados algunos viejos maestros que enseñaban mediante problemas y problemas la utilización de las matemáticas para saber cuántas baldosas se necesitaban para enlosar un suelo, cuántos litros de agua se gastan al cabo de un año con un grifo mal cerrado o cuánto dinero pierdes por comisiones de los bancos. O sea, las matemáticas aplicadas a la vida.