En mi casa sabíamos cuando terminaba el cine porque la luz, que durante la proyección era débil y mortecina, se volvía de pronto intensa. Poco después se oían por la calle los pasos de los espectadores que regresaban a sus casas. Algunas lámparas perdieron su vida con estos altibajos. La potencia del generador eléctrico que suministraba electricidad al pueblo era limitada y cualquier gasto extraordinario hacía que el resto la recibiera con menos potencia o se iba una fase y quedaba a una parte del pueblo a oscuras.
Las noches de otoño e invierno, una vez que oscurecía, las personas mayores evitaban, siempre que no fuera necesario, salir de casa porque los puntos de alumbrado eran escasos y estaban mal distribuidos. Bombillas colgantes de brazos metálicos situados en las esquinas, y algunas en el medio de las calles más largas, estaban al albur del viento y la lluvia. Su claridad no cubría más allá de los dos o tres metros a la redonda. Islotes amarillentos entre las tinieblas. Los que salían llevaban linternas para sortear los charcos y el barro, sobre todo, en las callejas, que estaban más oscuras.
El suministro eléctrico de mi pueblo procedía de una empresa fundada a principios del siglo pasado, la ‘Eléctrica Berlangueña’, una sociedad anónima y familiar con un reducido número de accionistas, que combinaba la moltura de cereales para harina y la extracción de aceite en las almazaras, con el suministro de fluido a varios municipios: Ahillones, Berlanga, parte de Llerena, Maguilla, Valverde y Valencia de las Torres.
Existían en la Campiña Sur otras empresas, como ‘La Eléctrica de Azuaga’, creada por la familia de don José Espínola en 1903, que suministraba también a Granja de Torrehermosa. En Llerena disponían de la de don Lorenzo Martín Hernández y la fábrica ‘Electro Harinera de San Francisco’.
Eran frecuentes los apagones. Había que tener a mano velas, quinqués y candiles.
Cuando sucedía esto, un empleado de la empresa que gestionaba el transformador de mi pueblo, recorría el trazado del tendido montado en una burra y revisaba palo por palo para intentar averiguar dónde se había producido el desperfecto. Existía un acuerdo. Si el palo caído estaba de la mitad hacia Ahillones correspondía a ellos el arreglo. Si estaba de la mitad para Berlanga, a la ‘Eléctrica Berlangueña’.
Ha habido, desde aquellos remotos años, un progreso espectacular en el suministro y uso de la energía eléctrica. Paneles solares, baterías virtuales, consumo con horarios a la carta, vertido de la energía sobrante a la red, creación de una hucha solar para usarla cuando convenga…Pues, a pesar de este meritorio avance, todavía se siguen produciendo cortes, molestos e intermitentes, en pequeñas localidades de por aquí cuando alguna borrasca de las bautizadas con nombres propios nos afecta. Sería conveniente poner los medios para que no se produzcan. Ya no hay burras para recorrer los palos del tendido en noches de temporal.