Corrales

gallaros
No todos los temas se prestan a la lírica. La vida tiene servidumbres menos poéticas y no está bien dejarlas caer en el olvido.
En la mayoría de nuestros pueblos faltaban servicios básicos como las redes de saneamiento y distribución de agua potable. Los albañales pasaban de casa en casa siguiendo la pendiente natural del terreno, muchos de ellos sin estar cubiertos. No eran infrecuentes las disputas entre vecinos por este tema, bien por atascos o por malos olores.
Pocas casas disponían de cuartos de baño. Un palanganero con palangana, jarra de agua, jabón verde, toalla y cuba para el desagüe era el mobiliario más habitual.
A los niños nos lavaban en invierno al lado del brasero con las enagüillas levantadas y en verano al caer la tarde en el corral. Más a fondo nos escamondaban los sábados, con cambio de ropa interior.  ¡Qué rabia cuando nos frotaban la boca para quitarnos los churretes o nos refregaban con estropajo las rodillas para descargarlas de la negrura de la tierra y de los suelos!
La mayoría de las casas del medio rural disponían de corrales, los corrales de macetas con geranios y un lugar reservado para cuadras donde estaban los jumentos y bestias para las labores campesinas y acarreo de agua. Una parte del corral se utilizaba para hacer las inexcusables necesidades, rodeados de gallinas y vara en ristre para espantar al gallo que defendía su territorio saltando a veces sobre los invasores. Todos los años había que hacer lo que llamaban echar la ‘estercolera’ que no era otra cosa que sacar el estiércol que se acumulaba y llevárselo en carros para abonar con él las tierras de labor.
Las madrugadas eran frías para salir al corral, así que debajo de la cama, la escupidera para emergencias nocturnas.
Las gallinas abastecían a las familias de huevos y los gallos de carne. Cuando aquellas salían cluecas se echaban en el nidal y a los veintiún días teníamos los pollitos correteando por el corral detrás de la madre. Las noches más desapacibles los poníamos en una caja al lado del brasero para que no murieran.
Otro elemento de los corrales eran los pozos que cada mucho tiempo había que limpiar porque caían cosas dentro, sobre todo los que recogían aguas de canales que iban acumulando cieno. Se aprovechaba el final del verano para esta tarea por tener menos cantidad de agua.
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Atado con sogas bajaban al pocero ayudándose de la garrucha. Abajo se desataba y comenzaba su trabajo de limpieza. Llenaba cubos o espuertas y con el mismo sistema los elevaban hasta el brocal. Un trabajo este que nadie quería, pero que la necesidad obligaba. Me imaginaba allá abajo y sentía miedo viendo solo un trozo de azul allá arriba y lo demás todo negro.
Hasta principios de los años sesenta no se hicieron las obras de infraestructura necesarias para que el agua corriente llegara a todas las casas y las de desecho se incorporaran a la red de saneamiento. Conquista social básica e indispensable para vivir dignamente.
Cuando veo algunos reportajes de países subdesarrollados pienso que también nosotros tuvimos un tiempo en que carecimos de esos servicios tan elementales.  Y no, cualquier tiempo pasado no fue mejor, por mucha añoranza que se tenga.

2 respuestas a «Corrales»

  1. Recuerdos como imborrables,muy acertadamente contados por ti,yo nací como tú en la plazuela,en el N,5, y efectivamente,no faltaban las gallinas y gallos, e y en ocasiones asta el cerdo pare la matanza y aprovechar los desperdicios cotidianos,generados.
    Todo era tal cual lo cuentas,Juan Francisco, y me acuerdo que el pozo de esa casa, era compartido con tío Miguel Montero, la pared al medio,y mitad para cada lado. Para los que faltamos ya hace tiempo,es un placer tener una persona como tú que nos reflejas a la perfección, épocas pasadas,que aún después de tanto tiempo, conservamos en nuestra momoria,.
    Un placer tener un paisano como TU, gracias,👏👏👏👏

    1. En esa casa donde naciste vivió después mi tío Francisco Caro, el carpintero, y mi tía Nati. Tío Miguel Montero era el abuelo de mis primos. Allí estuvo el estanco algunos años, regentado por su hijo Francisco. Yo entraba en su casa como si fuera de familia. Vosotros os fuisteis después enfrente de la farmacia, por bajo de las Carlotas y cerca de la carnicería de Vilches. Muchas gracias, Antonio. Para mí es una satisfacción evocaros tantos recuerdos.

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