Uno, que estudió el catecismo, recuerda los pasos para una buena confesión. Eran estos:
1º Examen de conciencia.
2º Dolor de corazón.
3º Propósito de enmienda.
4º Decir los pecados al confesor.
5º Cumplir la penitencia.
Haciendo un símil con la confesión religiosa, los políticos, cargos públicos o institucionales de cualquier ideología (?) que sean culpables de los latrocinios que están aflorando como setas en otoño, deben rendir cuentas ante la ciudadanía, a quienes se deben y no a sus partidos. Lo han hecho algunos por la responsabilidad y culpa que tienen al haber designado para cargos de confianza a estos presuntos delincuentes. Han empezado el proceso por el dolor de corazón, que nos decían debe ser sincero y no fingido. Poniéndonos los ciudadanos como sufridores de los saqueos más que como confesores hemos escuchado, tarde y parcialmente, lo que era evidente y palmario porque ha salido a la luz pública y no tenían más remedio que hacerlo. Trabajo les está costando.
Se acepta, pero está incompleto. Los pecados, en la terminología cristiana, hay que mencionarlos, especificarlos y no ocultar ninguno. A nosotros nos preguntaban de jovenzuelos: ¿Cuántas veces? ¿Solo o acompañado?
Deben hacer examen de conciencia, suponiendo la existencia de ésta. No es necesario concentrarse en el oscuro rincón de ninguna iglesia para aflorarlos. Están a la vista.
El dolor debe ser sincero por el daño que hayan podido ocasionar a los ciudadanos y a las instituciones, no por la temida pérdida de votos.
El propósito de enmienda, duradero, que no se esfume con la finalización de los próximos comicios. Ya conocemos el grado de cumplimiento de muchas promesas.
Y lo más importante, cumplir la penitencia. Según la doctrina cristiana, no es suficiente sólo decir los pecados en caso de robo, sino que hay que restituir lo sustraído. Aquí los espero.