Gonzalo Bilbao Martínez, El descanso de los campesinos
En tiempos de recolección o sementera las casas grandes contrataban cuadrillas y solían convenir que la comida la pagase el dueño de la hacienda. Les ponían migas al venir el día. Sobre las diez tomaban un frugal tentempié porque las migas sujetan. Llamaban pescola a este pequeño almuerzo, según me cuentan amigos que lo conocieron. La curiosidad me hizo buscar el significado de este término, usado en Andalucía, tan próxima: “punta de la besana”, acogido por aquí quizás para dar a entender la levedad del yantar que etimológicamente significa después de la cola.
Si no se acordaba que pagara el dueño cada uno llevaba su comida. Los pucheros lo dejaban en el cortijo alrededor del fuego de la chimenea y la casera se encargaba de vigilarlos y de que estuvieran a punto para cuando regresaran a mediodía. Incluso algunos hacían fuego en una zona de la besana, teniéndolo a la vista.
En cuernos de asta de toro o de buey llevaban los hombres del campo el aceite y el vinagre para hacer los gazpachos. Me sorprendió un día que echaran sobre el dornillo del mismo cuerno los dos componentes, inclinando o volteando, según convenía. Así recibí la primera lección práctica de la densidad que habría causado admiración en los habitantes de Macondo. En otro recipiente llamado liara, hecho también de la base del cuerno y tapado con corcho, solían llevar aceitunas.
Frecuentemente a la faena llevaban comida fría: fiambres, embutidos, queso, tortillas…y de noche, ya en casa, comían el plato caliente del día.
El hato con las viandas en la hortera lo dejaban en el lugar en el que pensaban comer, no lejos del tajo donde se trabajaba.
Preparaban una variedad de comida para el almuerzo en tiempo de verano, rica en condimentos y en denominaciones.
Del Diario Digital de Tentudía
En la zona de Usagre y Bienvenida la llaman sopará. Consiste en picar y majar levemente tomates, ajos, pimientos, pepinos…echarle trozos de pan duro y regarlos con agua, aceite y vinagre. Ese caldo se bebía y quedaba debajo la parte más consistente a la que se le rociaba con aceite otra vez y se comía con cuchara y tenedor. Tenía ligeras variantes y diversas denominaciones dependiendo de los pueblos. En el mío la llaman “macarraca”. En otros, “sopeao”, sopones, “trincalla”, calandracas o “cojondongo”.
En el pequeño descanso de la comida les colgaban a las bestias el morral de la cabeza para que comieran también su ración de pienso.
Alrededor de la sombra de algún olivo o encina o protegidos del sol en el palenque se juntaban para comer del plato común. También lo hacían los pastores. Uno de los miembros de la cuadrilla se encargaba de condimentar. El aceite era el componente más apreciado y a veces escaso. Me cuentan que en una ocasión el encargado del aliño lo echaba haciendo círculos sobre el dornillo. Mientras realizaba esta labor alguien refería chascarrillos y el aliñador cuando pasaba la alcuza por el lado donde estaba él sentado reía las ocurrencias del relato exclamando: ¡coño, coño, coño!, agitando a compás el aceitero para que cayera más cantidad. Alertado un mozalbete de los comensales del hecho, a la tercera pasada le espetó: “Tio Antonio, a ver si deja usted caer por aquí también algún coñito de vez en cuando”.