Los maestros íbamos al casino a tomar las copas después de las clases de la mañana. Regentaba entonces el servicio de hostelería del mismo Antonio Osorio, a quien le pregunté si solía ir por allí Antonio Serna. Yo intuía quién era por las referencias que tenía de él y por el parecido con su hermano Joaquín, pero en dos o tres ocasiones que lo vi no me atreví a abordarlo.
Un día me acerqué y le pregunté si era el que yo pensaba. Antes de contestarme me respondió el brillo de sus ojos. Nos saludamos afablemente y hablamos de nuestro pueblo común y de nuestras familias. Aquel primer encuentro quedó las aguas de las confidencias contenidas por la limitación del tiempo, pero sé que se le agolparon muchos recuerdos.
En días posteriores, siempre que coincidíamos nos saludamos con afecto, pero intuía yo que Antonio tenía ganas de hablar conmigo más privada y largamente.
Una sábado que iba yo sin dirección fija, pero con la idea de acercarme a la discoteca de Alanís, hice escala en Guadalcanal y allí en el casino estaba él. Serían las siete de la tarde de un día de primavera. Al verme, se acercó y me invitó a que nos sentáramos en una de las mesas que había en el salón de entrada. Imperaba en las dependencias con su bigote daliniano el conserje, D. Juan Ceballos, vigía y guardián de los buenos usos y costumbres de tan acrisolada institución.
Entre copa y copa de crema de guindas, Antonio se explayó y me contó parte de las peripecias que le habían sucedido en su vida: su infancia y juventud en Ahillones, sus comienzos allí en el oficio de carpintero, enfocado por aquel entonces al arreglo de carros, como lo hacían sus hermanos, su arribada a Guadalcanal…
Me refirió cómo en la posguerra traía penicilina desde Sevilla, cuando este antibiótico era la panacea escasa y cara para ciertas enfermedades.
Me contó también que en Ahillones, en los primeros días de 1936, recién comenzada la sublevación militar, bloquearon las salidas del pueblo grupos de milicianos y nadie sin el pertinente permiso podía salir de él. Encarcelaron a algunos vecinos y la situación no pintaba bien para los que eran de derechas o simplemente considerados como tales por tener una situación económica desahogada. Me refirió cómo sacó a ciertas personas en la bolsa de un carro, disimulados entre la carga. Así podían traspasar la línea de vigilancia y adentrarse en el ejido desde donde se dirigían a Llerena.
Todo esto y muchas cosas más, referentes sobre todo a su vida en Ahillones, me las contó mi paisano Antonio Serna con charla pausada y abundancia de detalles una tarde de primavera durante cerca de tres horas en el salón del casino de Guadalcanal, allá por el año 1979.
2 respuestas a «Charla en el casino de Guadalcanal.»
Gracias por esas bonitas palabras dedicadas a mi abuelo y a mi familia,poco puedo añadir a lo que ya ha dicho mi hermana,yo siempre me he sentido orgullosa de mis ascendientes pailones y extremeños y el destino ha querido que desde hace 20 años viva en esta región,en un bonito pueblo Fregenal de la Sierra y mi hijo pequeño es extremeño,tenemos amigos comunes,espero conocerte algún día,me encanta tu blog.
Gracias por esas bonitas palabras dedicadas a mi abuelo y a mi familia,poco puedo añadir a lo que ya ha dicho mi hermana,yo siempre me he sentido orgullosa de mis ascendientes pailones y extremeños y el destino ha querido que desde hace 20 años viva en esta región,en un bonito pueblo Fregenal de la Sierra y mi hijo pequeño es extremeño,tenemos amigos comunes,espero conocerte algún día,me encanta tu blog.
Muchas gracias, Maribel. Yo estaré también encantado de conocerte.