Las fragancias del jazmín, que el descuido embraveció, penetran desde el patio cubierto de hierbajos hasta las estancias vacías de la casa abandonada. El aire huele a viejo, a ausencias disecadas por el tiempo, cual flor olvidada entre las páginas de un libro. La camilla en que se platicaba reunidos al brasero está cual la dejaron: en derredor las sillas y un tapete de hule con un dibujo desgastado. Marca el ritmo del silencio un reloj en la pared parado. Aletea la vida, sin embargo, en la patria del recuerdo: la abuela y sus geranios, la costura en la tarde sobre las sillas de anea, apacible charla de comadres; un tinajón lleno de voces en busca de sus ecos… y canciones infantiles:
“Mañana domingo
se casa Respingo
con una mujer
que no tiene manos
y sabe coser”.
Hay telas de araña en los rincones, pero quedan gestos y palabras que nunca he olvidado. Presiento pasos, familiares y queridos, en el trajín de los quehaceres…¡Cuánta vida entre cuatro paredes!
Se está poniendo el sol y un haz de moteada luz, como entonces, despide a la tarde desde el corazón del aire.