En el libro ‘El Nuevo Catón’, que utilizábamos en la escuela de lectura, había una ilustración del cuento de los Hermanos Grimm, ‘Los músicos de Bremen’, en la que un burro, un perro un gato y un gallo, subidos uno sobre otro, se asomaban a la ventana de una casa para amedrentar a los bandidos que la ocupaban, emitiendo cada uno de ellos sus sonidos característicos.
Esta imagen permanece aún en la memoria después de tantos años. Las fotografías o los dibujos que acompañan a un texto es lo primero que percibimos, lo último que olvidamos y lo que más despierta nuestra imaginación.
El maestro preguntó a uno de mis amigos qué significaba para él la ilustración en la que se representaba a Cristóbal Colón con su séquito poniendo pie en tierra con la espada en una mano y la cruz en la otra ante los indígenas. Respondió que el descubridor les estaba diciendo a los nativos: “Dos caminos tenéis, así que escoged el que más os convenga”.
De entre los libros que usábamos entonces recuerdo las cartillas de lectura, las ‘Rayas’, obra del maestro Ángel Rodríguez Álvarez, nacido en el pueblo cacereño de Serradilla y editadas en Plasencia por la editorial Sánchez Rodrigo.
Utilizaba un método foto silábico que supuso una innovación en la enseñanza y aprendizaje de la lectoescritura.
Cada página estaba encabezada por un dibujo que nos servía a los alumnos para asociarlo con la sílaba correspondiente y también como estímulo, según avanzabas, para el dominio de las palabras. Algunos se atragantaban con el tomate mientras otros apuraban ya las yemas.
Cuando las conocías todas pasabas a las lecturas fluidas que nos introducían en el maravilloso mundo de los cuentos y la fantasía.
Las enciclopedias nos ofrecían resumido el saber imprescindible para desenvolvernos en el limitado mundo de entonces, envuelto y teñido por la ideología imperante.
La de ‘Alvarez’, ‘intuitiva, sintética y práctica’, según constaba en su portada, era obra de Antonio Álvarez Pérez, maestro, escritor y editor zaragozano. Fue la que usamos nosotros, publicada por la editorial Miñón, de Valladolid. Había de tres grados y otra de iniciación profesional.
Sus ilustraciones quedaron grabadas en nuestra memoria. Recuerdo la que representaba a un hombre fulminado por un rayo cerca de un bosque, la de la voz de la conciencia que alertaba al niño que iba a robar unos caramelos, la de Moisés golpeando con su cayado en una roca de donde empezó a manar agua, la del maná cayendo sobre el desierto… Y sobre todo la del sol saliendo entre montañas.
Primaba entonces la enseñanza memorística. Explicaba el cura lo del paraíso y nuestros primeros padres. Uno de los alumnos le expuso en pura lógica que los hijos de Adán y Eva tendrían que casarse entre ellos para que hubiera la descendencia que hubo. “¡Bueno, mira con lo que sale este ahora! ¡Catecismo, catecismo y catecismo! ¡Y déjate de pamplinas!