Ya casi no se escriben cartas. Manuscritas, menos aún. Cuando yo estudiaba aprendíamos a redactarlas, a diferenciar las distintas clases y la estructura formal de cada una de ellas. En la extinta Educación General Básica también entraba en el currículo de Lengua Española su aprendizaje y el de instancias y telegramas. Al final la vorágine del viento digital ha dispersado las cuartillas de los escritorios. Los jóvenes abandonan este noble medio de comunicación y se dedican a ejercitar compulsivamente los pulgares sobre los teclados de los móviles, encriptando el lenguaje en un esqueleto de signos con la ley del mínimo esfuerzo.
Las cartas tradicionales se revestían de formalismos, de frases hechas que rodeaban como papel de envolver el contenido del mensaje. La fecha, el saludo introductorio: querido, apreciable, estimado… según grado de afecto y relación. Los dos puntos y aparte y la primera coletilla: “Espero que a la llegada de esta os encontréis bien, nosotros quedamos bien gracias a Dios”, o similar. El cuerpo o meollo: “sabrás por la presente” y la despedida con graduación de abrazos, besos y saludos, según vínculos también. Y para remate, la postdata, esa percha tras la firma, donde se cuelgan los olvidos.
En el sobre, aviso de contenido, si es el caso, de postal o foto para alerta de carteros, como la del novio recluta con traje de granito en una tarde de paseo o la de los recién casados a sus padres desde algún emblemático lugar.
El dinero, disimulado en la doblez de las cuartillas para que no se adivinase al trasluz y volase, que para transferencias pecuniarias estaban los giros telegráficos o postales.
Se remataba el proceso con el franqueo que yo, en mi ignorancia infantil, pensaba que era el visto bueno del Franco omnipresente, un lengüetazo a las espaldas del sello y otro en la solapa remitente. Y al buzón para que las alas de los pies de los carteros la llevaran a su destino.
Ahora la mayor parte de las cartas que recibimos son comerciales, de bancos, de compañías eléctricas u organismos administrativos. Fríos estándares que anuncian subidas o reclaman cobros con un lenguaje engorroso y sibilina redacción disfrazada de amenazas. “Por la presente comunico a usted”.
Las entrañables son las familiares, las de amor o amistad. Esas que se guardan atadas con una cinta y en sus líneas se adivinan las manos y las miradas de quienes las escribieron. Las que releídas después de muchos años nos siguen evocando momentos inolvidables cuando las circunstancias ya no son las mismas. Allí, entre los renglones de las cuartillas amarillentas por el tiempo, permanecen unos sentimientos que un día nos conmovieron y que por eso las hacen únicas e irrepetibles. Prefiero esas cartas de antes escritas a mano, las que empezaban por la cruz y acababan con la firma. En el centro el corazón derramado con la tinta.
Y como el espacio no da para más se despide de ustedes con un cordial saludo hasta el próximo viernes este amigo suyo que los es.