Cartas

Foto Press Powerable

Ya casi  no se escriben cartas. Manuscritas,  menos aún.  Cuando yo estudiaba  aprendíamos  a redactarlas,  a diferenciar las distintas clases y la estructura formal de cada una de ellas. En la extinta  Educación General Básica también entraba en el currículo de Lengua Española su aprendizaje y el de instancias y telegramas.  Al final la vorágine del viento digital  ha dispersado las cuartillas de los escritorios.  Los jóvenes abandonan  este noble medio de comunicación y se dedican  a ejercitar compulsivamente los pulgares sobre  los teclados de los móviles, encriptando el lenguaje en un esqueleto de signos con la ley del mínimo esfuerzo. 

Las cartas tradicionales se revestían  de  formalismos, de frases hechas  que rodeaban  como papel de envolver  el  contenido del mensaje.  La fecha, el saludo introductorio: querido, apreciable, estimado… según grado de afecto y relación. Los dos puntos y aparte y  la primera coletilla: “Espero que a la llegada de esta os encontréis bien, nosotros quedamos bien  gracias a Dios”,  o similar. El cuerpo o meollo: “sabrás por la presente” y la despedida con graduación  de abrazos, besos y saludos, según vínculos  también. Y para remate, la postdata, esa percha  tras la firma, donde se cuelgan los olvidos.

En el sobre, aviso de contenido, si es el caso, de postal o foto para alerta de carteros, como la del novio recluta con traje de granito en una tarde de paseo o la de los recién casados a sus padres desde algún emblemático lugar.

El dinero, disimulado en la doblez de las cuartillas para que no se adivinase al trasluz y volase,  que para transferencias pecuniarias  estaban los giros telegráficos o postales.

Se remataba el proceso con el  franqueo que yo, en mi ignorancia infantil, pensaba que era el visto bueno del Franco omnipresente, un lengüetazo a las espaldas del sello y otro en la solapa remitente. Y al buzón para que las alas de  los pies de los carteros la llevaran a su destino.

Foto cortesía de Fernando González Martínez]

Ahora la mayor parte de las cartas que recibimos son comerciales, de bancos, de compañías eléctricas u organismos administrativos. Fríos estándares que anuncian subidas o reclaman cobros con un lenguaje engorroso y  sibilina redacción disfrazada de  amenazas. “Por la presente comunico a usted”.

Las  entrañables son las familiares, las de amor o amistad.  Esas que se guardan atadas  con  una cinta y en sus líneas se adivinan  las manos y las miradas de quienes las escribieron.  Las que releídas después de muchos años nos siguen  evocando  momentos  inolvidables cuando las circunstancias ya no son las mismas. Allí, entre los renglones de  las cuartillas amarillentas por el tiempo, permanecen  unos sentimientos que un día nos conmovieron y que por eso  las  hacen únicas  e irrepetibles. Prefiero esas cartas de antes escritas a mano, las que  empezaban  por la cruz y acababan con la firma. En el centro el corazón derramado con la  tinta. 

 Y como el espacio no da para más se despide de ustedes con un cordial saludo hasta el próximo viernes  este amigo suyo  que  los es. 

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