Los candidatos para las próximas elecciones nos están regalando los oídos, como las sirenas a Ulises y a su tripulación. No nos los tienen que tapar con cera ni atarnos al mástil del barco. Conocemos esos cantos.
Los líderes y sus séquitos llegan a los mítines con la parafernalia de himnos, banderas y abrazos por doquier. Las imágenes, sobre todo las de la tele, valen más que mil palabras, así que atentos con el rabillo del ojo a la lucecita roja de las cámaras que entonces sí que hay que echar el resto.
He escuchado en esta precampaña la propuesta de reducir el número de diputados y senadores. Creo que es una medida acertada, aunque malogre las expectativas de muchos afiliados.
En lo que se refiere al Senado que propongan la reforma de la Constitución, como se ha hecho con el tope de gasto público, y eliminarlo sin más.
Los diputados podían reducirse sin que la Institución sufriera menoscabo. He observado cuando votan en pleno dos detalles que desdicen de la alta misión que ostentan y que apoyan esta opinión. Uno es el de los deditos, no los cinco de la manita futbolística, sino los que levanta el encargado del grupo parlamentario para que todos voten lo que han decidido los jefes: uno para el sí, dos para el no y tres para la abstención. Para eso no hace falta tanta gente.
El otro detalle es el de las suplantaciones para votar por compañeros ausentes. Ausencias, en algunas ocasiones vergonzosas, donde se ve el hemiciclo casi vacío y un señor en la tribuna hablándole a los sillones.