Esta tarde sopla un leve y frío viento del norte que ha limpiado la atmósfera. La ha quedado transparente y deja ver el azul intenso del cielo con total nitidez. Estoy en mi cuarto y de pronto desde la calle me llegan delicadas voces infantiles que entonan una vieja canción de corro. Vienen envueltas las notas en candor y seda y apenas tocan leves los cristales se alejan por las rendijas de los ecos. La evocación me lleva a los recuerdos de otras tardes, como en la serie de televisión ‘El túnel del tiempo’ en la que los protagonistas viajaban a épocas remotas. Y así llego a la plazuela.
Hay una gran candela en medio de la calle. La hemos hecho los niños con los restos de leña que han quedado en la puerta de una casa y con algunas ramas secas que nos han dado los dueños por ayudarles a entrarla hasta el corral.
Los más osados nos retamos a saltar sobre las llamas. Cogemos trozos de leña encendidos como si fueran antorchas y nosotros protagonistas de una historia que busca tesoros en el fondo de la cueva de la noche. Con las niñas jugamos al corro a su alrededor y cantamos, como esta tarde están cantando los niños en la calle.
Después nos quedamos parados y en silencio alrededor del fuego.
Queda de entonces, como refleja en sus versos el excelente poeta emeritense Rafael Rufino Félix Morillón, el “recuerdo de una lumbre que encendía/ los ojos inocentes de aquel niño/que hoy solo ve un paisaje desvaído/donde fue el paraíso de sus juegos”.
Al igual que la leña, en las viviendas se almacenan viandas que abastecen a las familias durante gran parte del año. Los melones colgados del techo con redes de juncos o pita, los garbanzos recogidos en agosto, las chacinas de las matanzas, las ristras de ajos, el aceite del año en las tinas….
En algunas casas hacen candela casi todos los días del invierno. Quien se levanta primero la enciende para que esté empendolada cuando los demás se incorporan. El diccionario define empendolar, vocablo ya en desuso, como poner alas a las saetas o los dardos. Aquí la usamos con significado de avivar. Curiosidades del lenguaje. Quizás porque las alas aligeran y facilitan el camino.
Por las noches alrededor de la lumbre se sienta la familia una vez terminadas las faenas. Es el momento de comentar las incidencias del día y hacer planes para el siguiente.
El que se hace con las tenazas recompone y junta los troncos que van desmoronándose y aviva el fuego en caso de desfallecimiento. Cuando las dejan un momento para atender otras faenas me encanta cogerlas. ¡Deja de enredar con la candela, que te vas a orinar en la cama!
Las brasas después se echan en el brasero. Calienta demasiado y las mujeres para que no les salgan cabrillas en las piernas se colocan polainas o leguis. Las más rudimentarias con papeles de periódico o cartones sujetos con una liga de las medias.
Fuera hace frío y cuando sales con las chapetas tienes que tener cuidado de no resfriarte. Pero a mí me gusta pararme a mirar el cielo. Qué frías las estrellas allá arriba, hasta parece que tiemblan. Y la luna, como un trozo de carámbano flotando en medio de la copa.