El maestro ponía la muestra en la pizarra sobre dos líneas paralelas que con una regla grande había trazado antes. Nosotros, los niños de entonces, la copiábamos en una hoja del cuaderno de dos rayas y hacíamos lo que se llamaba la plana. Pasábamos después por su mesa para que calificase con mal, regular, bien o muy bien el trabajo realizado.
Los lápices eran de Johann Sindel y los cuadernos de Balandro.¡Qué memoria caprichosa ésta, en lo que se fijaba! La goma de borrar siempre a mano para enmendar entuertos. Si el lápiz no señalaba bien se humedecía la punta de grafito en la lengua.
Vinieron después los pupitres bipersonales con dos agujeros donde se metían los tinteros de porcelana blanca. Cada mañana los llenaban de tinta. Mojábamos la plumilla y hacíamos nuestra plana de caligrafía. El secante para los goterones que a veces caían era una tiza que absorbía rápidamente, hasta que ruborizada de azul por nuestra torpeza debíamos cambiarla.
El Instituto Nacional de Educación de Islandia, país pionero en reformas y avances educativos, ha decidido que la caligrafía ya no formará parte del currículo escolar a partir del curso 2016-2017. Continuarán escribiendo a mano de forma obligatoria, pero con letra simplificada, separada, como la de la imprenta, como la de los periódicos o como esta que se ve aquí.
Lo que se va a dejar de practicar en las escuelas finlandesas es la letra ligada. Ellos sabrán, pero pienso que la buena caligrafía es un arte y una huella testimonial y personal para el futuro. A mí me emociona encontrarme un manuscrito de algún antepasado. Esos adornos arabescos con los que comienzan muchos escritos caligráficos y las curvas de grosor cambiante de los trazos de las letras son una gozada visual.
Lo importante, sea con letra de palo o ligada, es escribir a mano. Define la lateralizad y es el drenaje del corazón hacia el papel.