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En los rincones de la tarde añoro
otros cantos de niños entre flores,
otro azúcar y miel en los sabores
y otro cielo en el céfiro incoloro.
Llega el sol en espigón de luz y oro
a las coronas de los bastidores
y relumbra la seda de colores
entre manos que miman su tesoro.
Sin su cuerpo, ahí está su silla
y un me voy, abuela, con un beso
dejado cariñoso en la mejilla.
Mientras, añorante, pienso en todo eso
va la tarde poniéndose amarilla
en arrebol de sombras sin regreso.