Bomba de carburo.

Eusebio tenía en Ahillones un pequeño taller en la calleja que comunica la calle Sierra Morena con la calle del Ejido. Nos enseñó a preparar bombas con carburo. Hacíamos un hoyo en el suelo y lo llenábamos de agua, añadiéndole un trozo de carburo. Inmediatamente colocábamos una lata boca abajo con un agujerito en la parte posterior. Tapábamos el agujerito durante un tiempo con un dedo para que el carburo desprendiese y acumulase los gases. Después quitábamos la mano rápidamente y arrimábamos un papel encendido al orificio. La lata ascendía dando una fuerte explosión.

Esta experiencia la realizábamos en la Plazuela. También encendíamos candelas en este lugar y competíamos en pasar sobre las llamas dando saltos. Allí acudían las niñas y niños de otras calles y se organizaban las famosas matas (formar círculos cogidos de la mano) acompañadas de canciones que desafortunadamente se están perdiendo: En Zaragoza cayó un cañón… Si viniera un torbellino “arrecogiendo” muchachos que se lleven a mi novio que dicen que está borracho. Quisiera ser tan alta como la luna. En Sevilla un sevillano…A la mata romero… Que salga usted, que lo quiero ver bailar, saltar y brincar… y tantas otras.

También jugábamos al trapo esconder (frío, caliente, hasta que se encontraba), a corra (con las pelotas verdes que daban con los zapatos del gorila), a la isa (una, dos y tres por todos mis compañeros y por mí el primero), a pelota al campo (tirábamos una pelota a unos hoyos que correspondían a cada jugador y el dueño del que caía cogía la pelota y la tiraba a los demás que habían salido corriendo),  los aros, clavar el clavo, las tres piedras (dos equipos que defendían las piedras de su campo y los otros debían venir a por ellas evitando ser cogidos), al rey de los burros muertos (saltar por encima del que hacía de burro dándole  o no lo que se llamaba el “espoliche”, que era un taconazo en el culo), a los bolos, al tejo,  a la billarda, al paso Berlanga (ir saltando en hilera uno sobre otros y cuando saltabas el último te ponías tú de burro),  al “repión”,  a pasarse el balón montado sobre otro, a las piedras (cada jugador tiraba una piedra y los demás debían darle). En fin, tantos y tantos juegos que avivaron nuestra imaginación y establecieron lazos de amistad  que nunca se olvidan. Hoy desgraciadamente con las videoconsolas, móviles, iPhones, y demás artilugios electrónicos la niñez y la juventud se encamina al autismo sin remisión posible.

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