Bolindres

JUGANDO A LOS BOLINDRES (10) IIIIIIIIIIIIIIII

Tenía  yo una bolsa donde guardaba  un capital redondo, con jerarquías de calidades, redondeces y tamaños. Los bolos,  la infantería, numerosos y sufridos; los bombos,  sargentos de mediana clase y abultadas barrigas. Las élites eran chinas, de pulida superficie y contrastada dureza. La bolsa me la hicieron después de haber agujereado los bolsillos de varios pantalones. Y es que había días en que  el azar  colmaba  la capacidad y resistencia de las faltriqueras. Palabra esta, por cierto,  a la que nuestro diccionario asigna las dos acepciones: el bolsillo de las prendas de vestir que yo rompía y  la bolsa de tela que me hicieron, que  se ata a la cintura y se lleva colgando bajo la vestimenta  para guardar bagatelas.

 Los bolindres nuevos  los comprábamos  en las tiendas. Después se convertían en  moneda de cambio  y material de trueque, menos el preferido, el que teníamos hecho a nuestra maña de tiros. No entraba en tratos ni intercambios. Era como la piedra de las catapultas que formaban nuestras manos con personal estilo y originales engarces de dedos.  La forma de tirar formaba parte de nuestra identidad,  una  firma a ras de tierra.  

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La más corriente, el dedo meñique de una mano  apoyado en el suelo y el pulgar hacia  arriba, como midiendo una cuarta hacia el cielo. Este pulgar coronaba y servía de apoyo.  El bolo sujeto entre el pulgar de la otra mano y el dedo  corazón, que era el que lanzaba,   pero había más  variantes, casi tantas como formas de coger el lápiz en la escuela.

 La materia prima de los bolos y los  bombos  era el  barro, cocido y pintado con un barniz que duraba poco por la vida rastrera que les dábamos.  Para calibrar su redondez los poníamos en la palma de la mano, alargando el brazo,  y a  ojo guiñado de buen cubero, dictaminábamos valía.  Los más redondos eran los más apreciados.

 Aquellos que denominábamos  chinas eran de piedra pulida y los más caros. Mucho después  llegaron los de cristal con figuritas dentro. Algunos había de níquel procedentes de rodamientos, pero estos  escaseaban.

 Cerca de las paredes jugábamos al  gua. Para establecer el orden del juego cada uno  lanzaba su bolo hacia  una raya. Era primero quien más se aproximaba. Desde allí se iniciaba una estrategia de acercamiento, sin descuidar la retaguardia porque había tiradores de certera puntería. La unidad de medida era la cuarta. Mientras no se fallara no se perdía vez.

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 Otro juego era el  triángulo.  En algunos pueblos hacían un redondel o  un cuadrado. Consistía en  dibujarlos  en el suelo y poner dentro bolindres o dinero. Los ganaban quienes iban sacándolos  fuera de esa especie de presidio tirándoles con otros bolos. Había que procurar que con el que  se tiraba no quedase dentro. En este, como en  todos, cada pueblo  tenía su vocabulario de localismos para las diversas modalidades e incidencias.

 El agujero, que llamábamos por aquí “rarra”, servía también para otros juegos, como lanzar un puñado de bolindres. El tirador ganaba los que caían dentro. Los más avispados  se jugaban en ellos los  cuartos.  Ya lo describía Luis Chamizo: “Hay riñas de gallos/en las resolanas de la corraleras/y en el altozano, junt’a los ceviles/unos zagalones se juegan las perras”.

 

Una respuesta a «Bolindres»

  1. Olá Pessoal, tudo bem ? Que iniciativa sensacional a de voces em possibilitarem que os saudosistas possam ter acesso a um acervo tão raro, em alguns casos. Gostaria de ter acesso à série dos ‘Os Agentes Fantasma’ que pra mim marcou uma época ! Grato.

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