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Sucede a veces que las mujeres muy bellas cohíben a los hombres de acercarse a ellas.
Subí por roquedales escarpados
hasta la vecindad de su figura,
temeroso de hallar la sepultura
en los riscos de los acantilados.
Tales eran de regios sus tocados
que varones de apuesta compostura
desistían por miedo a la apretura
de verse en su terreno desarmados.
Llegué al temido trono con paciencia
y a medida que hablaba mitigué
la aprensión que inspiraba su presencia.
Con el tiempo y el trato averigüé
qué secreto guardaba su apariencia:
sólo era brillo de papel cuché.
Los dos tercetos anteriores pueden sustituirse por los dos siguientes, pues cierto es que los dos casos podemos encontrarnos en la vida.
Cerca de su cuerpo y su semblante
comprobé la verdad de su hermosura,
de encanto natural, fresco y radiante.
No había aderezo ni impostura:
lo que de lejos parecía arrogante
era la brillantez de su figura.