Saltar al contenido
Cuando murió la echamos de menos en sus cosas.
Presentíamos sus pasos como sombras de algodón en zapatillas por la casa.
A bocanadas de añoranza el silencio dejaba entre nosotros la estela de su voz.
Quedó la forma de su cuerpo en los vestidos, colgados en las perchas del ropero.
El sillón, donde pasaba tantas horas detrás de la ventana, conservaba los límites de su figura.
Siguió la marcha el tiempo en el reloj, ya sin los latidos de su pulso.
Las sonrisas de otros días quedan en las fotos para siempre retenidas.
Se posó en sus pertenencias, huérfanas de su calor, la muerte.
Al frío de enero maullaba lastimoso el gato tras la puerta cerrada del corral.
El vacío lo llenó todo de un gris monótono y lluvioso,
espesa estela de recuerdo conmovido.