La lengua se ha enriquecido a lo largo del tiempo con expresiones que atribuyen a las personas cualidades de los animales. Si digo de alguien que es un lince estoy resaltando su agudeza y sagacidad.
La cobardía se la han cargado a las gallinas, la fuerza vigorosa a los mulos y la adulación a las babosas.
El genérico sustantivo pájaro se aplica al hombre astuto y sagaz que suscita recelos.
Buitre lo decimos de la persona que se ceba en la desgracia de otra o también que come con ansia desmedida.
Cernícalo es hombre ignorante y rudo, algo alocado.
Ganso, el tardo, perezoso, descuidado y simplón.
Hormiga, lo aplicamos a la persona constante y ahorradora.
Pavo, hombre soso e incauto. Y si el pavo sube, sofoco tenemos
Hiena, persona de malos instintos o cruel.
Hay muchas más correspondencias de virtudes y defectos con la fauna silvestre y doméstica. ¡Qué mal trato recibe el cerdo, qué desagradecidos somos con esta especie asociándolo con la suciedad, a pesar de los exquisitos productos que nos reporta!
A veces hay que acudir al contexto para entender la acepción que ha querido transmitir el hablante.
Si en el ardor de una discusión alguien le llama a otro cabrón, sabemos que no está aludiendo a las cualidades del macho de la cabra para trepar por terrenos escarpados.
Para escarnio de la igualdad de sexos, cuando a una mujer se le increpa con el término zorra, se le está llamando puta. Si le decimos zorro a un hombre nos estamos refiriendo a su astucia solapada, sin connotación sexual alguna.
Se dice del hombre que liga mucho que es un ligón y por el contrario a la mujer que hace lo mismo se la pone que no hay por donde cogerla. Injusticias de la lengua, pero ella sólo es un crisol de la sociedad.
Falta mucho camino por andar todavía.