Hay personas que no tienen reparos en expresar sus sentimientos en cualquier circunstancia. A otros, les cuesta Dios y ayuda encarnar el cariño en un abrazo en tiempos sin pandemia.
Los psicólogos denominan ‘alexitimia’ a la incapacidad para verbalizar estados afectivos. Los neurólogos han observado una anomalía en una zona cerebral que podría explicar estas conductas.
Sean cuales sean las causas, lo evidente es que hay personas efusivas que dan besos abrazos y caricias y otras que se sienten incómodas cuando los reciben y cohibidos cuando tienen que darlos.
En una entrevista que le hicieron a Fernando Alonso declaró: “Mi padre me quiere con locura, pero nunca me ha abrazado”. Y continuaba diciendo que a él le pasaba igual, que se bloqueaba en las manifestaciones afectivas, pero que el cariño que sentía era incuestionable.
Lo que relato a continuación quizás no encaje en el concepto o este ha sufrido mutación en nuevas cepas.
Ocurrió antes de la invasión de artilugios electrónicos. Una pareja sentada en la terraza de un bar. Ambos miran en direcciones opuestas, ora a los que pasean por la plaza, ora a los que están sentados en veladores próximos. De vez en cuando, al reloj de la torre, que marca el hastío. No hablan. Comen pipas. Si pasa algún conocido levantan la mano para saludar. Después de dos horas la señora hace un gesto con la cabeza como señal de marcha y el señor dice las únicas palabras de la noche: “Vámonos, sí”.
Son las únicas porque el camarero al llegar les preguntó que si lo de siempre y ellos asintieron moviendo la cabeza. Quizás sea un matrimonio de esos que ya se lo tienen dicho todo y es tal la compenetración que se entienden con solo mirarse. O quizás la causa de tanto silencio sea alguno de los enfados que suele acarrear la convivencia y que como las olas llegan y se van.
Este otro caso es distinto. Ya se han metido por medio terceros en discordia: los aparatos tecnológicos, que producen cortocircuitos en la comunicación. No hay que estar enfadados ni tener todo hablado. Parejas que se sientan juntas y conversan virtualmente con ausentes, ignorándose entre ellos. Si acaso, cada cierto tiempo, ponen la mano sobre la pierna del compañero o compañera para cerciorarse de que todavía siguen allí. Se ríen ambos, pero las causas son diferentes. Vidas paralelas.
Una tarde fui testigo involuntario de la escena siguiente. Llegaron dos jóvenes de distinto sexo al parque donde yo estaba. Se sentaron enfrente de mí y encendieron sus teléfonos. Al cabo de aproximadamente media hora la mujer se levantó y se fue. El varón siguió sin quitar la vista de la pantalla. Extendió la mano para constatar la presencia de la compañera y comprobó que ya no estaba. Miró en derredor e hizo una llamada, que imagino dirigida a la ausente. Se incorporó, “fuese y no hubo nada”.