Ama Rosa en el patio

En un rincón del patio tenía sus macetas. La primera ocupación de todas las mañanas consistía en cuidarlas. Las regaba, las revisaba una por una, cortaba las hojas secas y cambiaba de sitio a algunas de ellas. En una vieja tinaja, descolorida por el sol, crecía un jazmín que expandía su fragancia por toda la casa.
Había tiestos con geranios colgados de la pared. En el suelo, pendientes de la reina, alegrías de la casa, azucenas, varitas de san José… Atraían mi la atención por su forma de campana, color blanco y rejón amarillo en el centro, las calas, conocidas como oídos del profeta y en otros lugares, como cartuchos. Siempre quise descubrir de dónde arrancaba ese pirulí y cómo era al tacto su intenso color. Cuando les daba levemente el sol, la tentación se hacía irresistible y al menor descuido de los mayores los tocaba llenándome los dedos de amarillo.
 En medio del patio había una acacia que por mayo echaba flores blancas en racimos. Todos estos nombres de plantas junto al variado colorido de sus flores componen poemas visuales y sonoros que la memoria de la infancia guarda y evoca en estos días luminosos de febrero. Con lo que le roba el otoño retrasando su retirada y la primavera adelantando su entrada el invierno se está quedando en los huesos. 
 Allí se reunían familiares y vecinas por las tardes a charlar y a coser. A la hora taurina de los clarines sonaba la sintonía de la novela. Y entonces hasta se sentía el roce de las agujas en la tela de los bastidores. Alguna lágrima resbaló por las mejillas y cayó sobre los bordados, traslúcida de sal y pena ajena. El argumento de aquella serie radiofónica llamada Ama Rosa reunía todos los ingredientes para conmover al auditorio, mayoritariamente femenino. Una mujer viuda, sintiendo cercana la hora de su muerte entrega a su hijo recién nacido en adopción a una familia adinerada que había perdido el suyo. Pero por obra y gracia de Sautier Casaseca y Rafael Barón la mujer supera la enfermedad. Para poder estar con su hijo el mayor tiempo posible entra como sirvienta en la casa de los adoptantes. Ni el hijo ni la madre que adopta saben nada. Él trata a la natural con despótica impiedad. Ella lo soporta todo. Solo al final, en el lecho de muerte, el hijo conoce la verdad.  Cada capítulo de la serie cerraba con un pico de emoción que enganchaba a los oyentes para el próximo. Ardid o técnica narrativa utilizada por el folletín, muy en boga en siglos pasados, que sigue vigente en las series televisivas. Recibe este nombre por la forma de publicación en cuadernillos o pequeños folletos. Se publicaban periódicamente en la prensa y aunque sus argumentos eran poco verosímiles, o quizás por eso, atraían la atención de sus seguidores porque avivaban los sentimientos más primarios. 

 

 

 

 

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