La primavera llama con los nudillos del almendro a los cristales de la casa del invierno. Lo hace con delicadas manos de dedos blancos y rosas. No quiere molestar al hosco dueño de la casa sentado con aspecto taciturno al fuego de la chimenea. Sus toques son alas de mariposa, tiernas caricias aladas.
Escudero del equinoccio, el almendro avisa al dueño del solsticio invernal de que en las templadas auras del sur vienen flotando legiones de aromas y colores posándose en las ramas de árboles. Es un aviso silencioso y florido para que el invierno retire de los valles y riberas el crujiente manto de la escarcha. El céfiro trae colores nuevos para hacer vestidos con aromáticos tomillos, cantuesos y romeros, aromas de azahar para esparcirlos por los campos y ciudades y luz radiante para robar espacio a las umbrías.