Cuando baja el caudal de las riadas quedan en las orillas los materiales que la corriente desecha. La imagen del río sirve una vez más como metáfora de la vida.
‘No somos nadie’ es una frase recurrente de nuestro personaje. Y es verdad. Solo es un número escrito en el recuadro de un impreso.
Vive en las afueras. Por temporadas, bajo un puente. Allá a lo lejos, ajenas, las luces de la ciudad. ‘Por razones de la vida’ (otra expresión suya que revela situaciones convulsas y traumáticas) está al margen porque no le hicieron sitio, no supo buscarlo o le vinieron mal dadas. Abandonó la lucha y se dejó llevar por la indolencia.
El cartero no acude por esos andurriales. Tampoco lo necesita porque no tiene quien le escriba, como el coronel de García Márquez. Ni siquiera los bancos le comunican el cobro de comisiones. Su coche es el de San Fernando y para portar lo necesario tiene un carrito de la compra hallado en un contenedor. Hasta Hacienda lo ignora. ‘Qué pocos amigos tienen los que no tienen qué dar’. Solo dispone de su carnet de identidad, que algunas veces le piden. Sus únicos papeles son los de los periódicos para cubrirse. Y las estrellas, que contempla por los ojos arqueados, siempre abiertos, del puente.
Un gato, al que habla como si fuera otra persona, le hace compañía.
Se alimenta de lo que le dan por la puerta de atrás de algún supermercado y de las pocas monedas que caen en una cajita a sus pies cuando recala en la avenida. Si el frío es intenso de noche, busca por los alrededores para hacer candela. Cartones verticales le sirven de parapeto, según de dónde sople el viento.
Un colchón viejo y dos mantas son su lecho. De mesilla, una caja de cervezas vacía.
La maquinaria social ata con cien cabos a los que tienen algo que perder. Él no tiene asideros. Sus datos no saltan en los ordenadores de los ministerios y agencias tributarias. Nuestro protagonista no votó nunca ni le importa quienes manden. Vive al margen de las normas, pero no enfrente, simplemente pasa de ellas. En la sociedad solo aplauden los comportamientos extravagantes de los que tienen mucho dinero. Él no puede ser ni verso suelto, sino el ripio que chirría en el poema.
Una vez tuvo que responder a un cuestionario. Solo rellenó los apartados de su edad, su nombre y apellidos. El domicilio habitual no lo puso porque era variable. Profesión habitual, vivir, mientras lo dejen. Si no causa muchas molestias, nadie se ocupará de él. Por Navidad le dan café caliente. Quisieron llevárselo a un albergue, pero no consintió perder su libertad.
Allá va, de retirada, con su gato y su carro, cuando encienden las luces de la avenida y comienzan a salir de paseo los grupos de amigos para disfrutar la noche del sábado.