El verbo de algunos representantes políticos sufre de incontinencia y liviandad crónica, acentuada tal dolencia cuando vislumbran en lontananza el brillo de las urnas. Es tiempo otra vez, con las europeas a la vuelta de la esquina, de frases ingeniosas o de ocurrencia frívola y trivial, pero efectistas. La facundia se despeña en manifestaciones que sonrojarían nuestras mejillas de vergüenza ajena con más frecuencia de la deseable si no fuera por la cura de espanto a que nos han sometido y acostumbrado y por el sentido del humor, a veces sarcástico, que tenemos.
Competir con el adversario en agudeza y perspicacia con frases ocurrentes elaboradas por los asesores para la ocasión, es norma común y aceptable si son adorno y no esencia del discurso. Chispas de ingenio, detalles de banderillero, brillantes a veces, pero efímeras como bengalas si se convierten en el núcleo del mensaje.
Equiparar la españolidad con los defensores de las corridas de toros y tachar de antiespañoles a los que están en contra es una simplificación burda, aunque haya nacionalistas que lo hagan como seña de diferenciación e identidad. Lo siguiente podría ser el fútbol, reprobando a los hinchas de determinados equipos y otorgando carné rojo y gualdo a los de otros.También, clasificando a las mujeres españolas por el uso o no de mantilla y peineta.
Señoras y señores, un poco de seriedad, que el envite es fuerte y arriesgado y, aunque algunos les rían las gracias, ni esto es un circo, ni ustedes payasos ni los ciudadanos niños de parvulario. Al grano.