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(La destrucción de Sodoma y Gomorra, John Martin, 1832.)
Vivimos juntos, pero aislados.
Entre nosotros y ellos hay porcelanas que aíslan del fluir de los afectos
y lubricantes de modales que evitan los chirridos de los goznes.
La soledad prevalece como un vacío de ecos que rebotan de peña en peña sin que nadie preste oídos.
Cada uno en su coraza, enroscado en las lindes de lo suyo.
Si llueve fuera, yo estoy a cobijo en este mundo sin celdas compartidas.
Los muertos son ajenos cuando no están bajo el mismo techo
y el dolor del otro se filtra por la tierra sin que llegue a los vecinos,
tan cercanos y tan lejos.
Sólo los buenos, que son pocos, nos salvarán del azufre y del fuego.