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Bucles de brisa mecidos
por la cuna de la tarde
acarician los picos de tu pelo.
Envuelven tu figura
y ciñen la calidez redonda de tu talle.
Entre lance y quiebro se enamoran,
¡quién no lo hiciera!
En tus mejillas hay arrebol del sol postrero
y rosas encendidas.
Rendido el vuelo,
cae la brisa desmayada
con un silencio dorado.
A contraluz, tu silueta
destaca bella
sobre el rojo celaje de la tarde.