Esta tarde a las seis y veintitrés minutos se cumplen cuarenta años de la entrada de teniente coronel Antonio Tejero pistola en mano en el Congreso.
Estaba yo de maestro en Guadalcanal y después de las clases nos fuimos, como casi todas las tardes, a jugar al fútbol al Coso. Antes de subir al piso donde vivía me acerqué al supermercado de Escote, que estaba enfrente. El hijo de los dueños, José Antonio, le preguntó a la madre, que estaba cobrando en la caja. que qué era un golpe de estado. Yo pensé que sería por algún tema de trabajo que le habían mandado en el colegio. La madre le respondió que no sabía bien, que algo de que habían entrado en el Congreso. Con la mosca detrás de la oreja subí al piso y puse la radio. Emitían música militar. Eso ya me puso en alerta. Me duché y bajé al bar Nuevo, al de Antonio Osorio. Había diez o doce personas mayores casi todos mirando la televisión. Pregunté que qué había pasado. Nadie respondió, sino con evasivas. Noté el miedo y las precauciones que tomaban. Intenté llamar por teléfono a mis padres en Ahillones, pero las comunicaciones estaban cortadas. Ya en el piso de nuevo me fui informando de más detalles. Anunciaron que el rey iba a hablar, pero a mí me pudo el sueño y ni lo vi ni lo escuché hasta la mañana siguiente cuando mi amigo Pepe Fernández con un transistor escuchaba las ultimas noticias.
La situación política y militar era complicada. El presidente Suárez abandonado por los suyos había presentado su dimisión y se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, los militares estaban descontentos por los frecuentes atentados y por la legalización del Partido Comunista, la economía sufría una inflación galopante…

Me quedan muchas dudas de aquella intentona que pudo provocar otra guerra civil. Sabino Fernández Campos, jefe de la casa del rey entonces, deja entrever en sus memorias algunas inquietantes. Los de a pie no sabemos de la misa la media todavía. El que suponían que era ‘el elefante blanco’, el general Armada, al que se esperaba en el Congreso, nunca llegó. Murió sin desvelar muchos secretos y negando que él lo fuera. En el palacio de la Zarzuela dicen que a la llamada del general Juste preguntando si estaba allí Armada, y la respuesta de Sabino Fernández Campos de que ni estaba ni se le esperaba desarmó a los golpistas.
Emerge del recuerdo valiente actitud del general Gutiérrez Mellado, una persona mayor y desarmada, enfrentándose a cuerpo con los guardias que no lograron doblegarle y la del presidente Adolfo Suárez encarándose con los sediciosos. Los demás, salvo Santiago Carrillo, que permaneció sentado al oír las ráfagas de los disparos, estaban cuerpo a tierra.
Cada uno de los que vivimos aquella tarde con Landelino Lavilla, presidente del Congreso, atónito, casi efigie, mirando al insurrecto Tejero pistola en mano, guardamos recuerdos de dónde estábamos y cómo nos enteramos de aquel intento. Una vez más España fue diferente y asombro bufo del resto del mundo.
La historia, con el remanso del tiempo, nos dará las claves de lo que pasó y que todavía desconocemos.