Naipes

cuadro-los-jugadores-de-cartas-1
Los jugadores de cartas de  Paul Cézanne.
Los días de lluvia, como no se podían realizar labores en el campo, los hombres iban a los bares a echar el tiempo atrás jugando a las cartas.  Hacían tercio por afinidades y llenaban la sala de humo y de voces. El juego de naipes más habitual era la subasta o tute subastado.  En este cada uno de los tres jugadores  puja por conseguir una cantidad de puntos a la vista de las cartas recibidas. El cuarto, si lo hay, reparte las cartas  y descansa. El vocabulario  de este juego  ha trascendido a otras facetas de la vida, como la expresión  cantar  las cuarenta, que de la unión del caballo con el rey de los triunfos  pasa a decirle a alguien resueltamente  y con  descaro lo que se piensa aunque le moleste. Cogerte en un renuncio por no servir la carta debida disponiendo de ella califica a una persona de  mentirosa y contradictoria. Había  acreditados  expertos calculando  los tantos justos que iban a conseguir y en adivinar las cartas que lleva cada contrincante al poco de empezar la  partida. Arrastro y fallo eran las expresiones  más usadas en los lances.
Pero hubo un tiempo en que apostar los cuartos a  las cartas o en otras modalidades de juego  no estaba permitido y se perseguía su práctica. Los jugadores, que siempre los ha habido, procuraban meterse en   salas  que estaban  en un lugar discreto, lejos de los mirones y curiosos. El dueño, que se beneficiaba de la timba, bien en metálico o en consumiciones, mantenía la conveniente cautela y se mostraba ajeno por si alguna visita inoportuna irrumpía en el local.
no5-1
Con nombre tan concluyente como “sala del burro” se denominaba en mi pueblo a la   destinada a  este menester lúdico-crematístico por los asiduos  de Heraclio Fournier. El póquer, el ligado, las siete y media, el hijo puta, los montones  y otros juegos de azar y arrojo eran algunas de las modalidades. Más de un caudal naufragaba cada noche   por el río de los tapetes verdes. En literatura hay referencias a estos vicios: “Tres veces heredó; tres ha perdido al monte su caudal: dos ha enviudado. Solo se anima ante el azar prohibido sobre el tapete verde reclinado” (A. Machado, “Del pasado efímero”). De las frecuentes disputas  entre Quevedo y Góngora nos quedan estas perlas que le dedicó el madrileño al cordobés: “Mucho tahúr, no clérigo, sí arpía…” “Misal apenas, naipe cotidiano…” “Yace aquí el capellán del rey de bastos que en Córdoba nació, murió en Barajas y en las Pintas le dieron sepultura”.
Un día  llegó la guardia civil  a un bar y sorprendió a los componentes de la timba en plena faena. Entre pescozones y prisas cada uno de los jugadores tomó las de Villadiego por donde pudo, sin  tiempo de  recoger los naipes ni los cuartos que cayeron al suelo en el desconcierto. Los demás clientes  en prevención de males mayores se alejaron del lugar por si las moscas. Sólo quedó apoyado en la barra porque no podía moverse de la melopea un vecino que tenía por costumbre empinar el codo en demasía. “¿Y tú qué?”, le increpó uno de los guardias.  Con media sonrisa forzada le respondió: “Pues mire usted, aquí tomando una copita para comer”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.